Durante largo tiempo había intentado caminar sobre las huellas que él iba dejando, pero siempre se topaba con el fracaso; Había probado hasta el cansancio sumarse en su andar pero al intentarlo descubrió que, habían olvidado lo que era caminar a la par del otro en busca del mismo destino.
Les resultaba imposible ya recordar el momento en el que se fusionaban y lograban ser el complemento perfecto del otro; por el contrario parecían dos extraños que, lejos de buscar la pieza perdida de ese rompecabezas llamado futuro, iban creando sus propios destinos, independientemente del otro. Sin darse cuenta, o a lo mejor no queriendo aceptar el huracán que se avecinaba él hacía oídos sordos a sus constantes pedidos de unión.
Ella sentía que ya nada la unía a los retazos de lo que alguna vez habían sido juntos. Se sentía por fuera de la vida de él, y a lo mejor en ciertos aspectos siempre había sido de la misma forma, pero ella por miedo a perderlo todo nunca lo había cuestionado.
Y comprendió, un poco tarde tal vez, que las inconformidades hay que hablarlas en el momento adecuado, porque si uno las deja pasar e intenta creer que quedarán en el pasado, con el tiempo se dará cuenta que no es así, que las cuentas pendientes siempre salen a la luz y en los momentos más críticos, en los que el barco se hunde y pocas veces puede retomar su camino.
Ella dejó hundir su barco, y con él se ahogaron todos los recuerdos de lo que alguna vez fue y lo que pudo haber sido. Con el paso de los días ella reconoció que en el final no hizo nada para evitar el naufragio, porque había entendido que su barco era tan fragil como su corazón y que lejos de cuidarlo le habían causado grandes heridas, y no creía merecer ese dolor.
Lejos de creer que lo había perdido todo, sintió que era el momento de comenzar de nuevo, que los cambios no son repentinos, sino que estos dan señales de su proximidad y que es uno quien decide escucharlos o no. Ella se había preparado para afrontar dichos cambios, por eso, una vez pasado el huracán, ella decidió levantarse y volver a caminar,emprendiendo un nuevo sendero, en el que ella pudiera sus propias huellas, porque ese había sido su error, buscar su felicidad en el otro, caminar lo que otro ya había caminado, sin darse cuenta que no hay nada mas sabio que formar su propio destino y que en propio andar por novedoso y desconocido que sea, aparecen grandes sorpresas que se interponen para demostrar que, aunque muchas veces se oculten, existen los momentos de felicidad y la posibilidad de que dos senderos independientes hasta el momento se crucen y se unan en busca de un mismo destino.
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